Autoridades informaron de la balacera de ayer por el caso de Sandra Domínguez, pero no dijeron si la encontraron o si tienen pistas de su paradero. Su madre exige respuestas.
Panteón San Fernando: eterno descanso entre gatos ferales y gente en situación de calle
El panteón de San Fernando, entre gente en situación de calle y gatos ferales. (Miguel Ángel Tepostecto) EMEEQUIS.- En un…
Autoridades informaron de la balacera de ayer por el caso de Sandra Domínguez, pero no dijeron si la encontraron o si tienen pistas de su paradero. Su madre exige respuestas.
El panteón de San Fernando, entre gente en situación de calle y gatos ferales. (Miguel Ángel Tepostecto)
EMEEQUIS.- En un perímetro delimitado por piedras rectangulares y columnas, varios arcos sostienen una estructura que data del siglo XIX, antes de la Revolución y de la transición que dejó atrás las calles folklóricas y de aire rural semi parisino. Hoy en día es la Ciudad de México, la monstruosa acaparación de todos los estilos, de todos los monopolios, de todas las violencias.
Entre esas entrañas de concreto, está el panteón de San Fernando, sitio histórico y hogar de decenas de gatos que van recorriendo los mausoleos y subiendo al lado de ángeles rígidos: cruces, caminos de piedra y pasto mocho. Y debajo, cuerpos y más cuerpos, en donde ya a nadie se le puede enterrar. Ahora, los gatos son los inquilinos, no hay duda.
Desde la pandemia, la activista Diana Arredondo se dedica a cuidar a los más de 40 ejemplares que se encuentran al interior del lugar. Su proyecto, Catacumberitos, se encarga de darles alimento y atención médica. Sin embargo, en 2024 denunció un abrupto cambio de administración del panteón que impidió que ella pudiera acceder a darles atención, esterilizarlos y alimentarlos. Al final, la Secretaría de Cultura respondió al llamado para dejar que la activista pudiera hacer su labor, ya que la negligencia de las autoridades capitalinas culminó en la muerte de uno de los gatos, que cayó de enfermedad, y otro más sufrió una amputación por atropellamiento. La secretaria de Cultura, Ana Francis Mor, aseguró que se establecerían mesas de trabajo. Al final, la activista pudo continuar los monitoreos de los gatos, pero eso no duró mucho. Al estar ahí, se pueden ver efectivamente a los gatos, de todos los tamaños, que van y vienen entre las alas de los ángeles que planean encima de las tumbas. O las cruces que no se abaten ni ante el sol ni ante el frío. Los animales ferales que viven en el lugar son parte del abandono sistemático que sufren miles de animales en la capital, y la imposibilidad de los activistas de darse abasto sobre ellos. Al consultar datos de transparencia, la Agencia de Atención Animal de la Ciudad de México estima que existen cerca de un millón 571,737 perros y 523,912 gatos en la CDMX (INEGI), de los cuales el 70% (según estimaciones de la CONAPO) terminarán abandonados. Y según la propia agencia, la mayoría se encuentran en Iztapalapa. Aunque Cuauhtémoc no se queda atrás como 111,126 perros y 37,042 gatos. En ese panteón histórico de la Guerrero, un gato se acerca a la reja en su recorrido vespertino, al lado de un contenedor de basura, una banca, un bote de pintura: regordete, orejas negras, cuello blanco, tostado de negro de los costados. Cerca, se escucha un chorro de líquido que crea un arco que sobresale de la parte exterior de la reja: es orina. Al hablar con la gente de ahí, se confirma que los gatos han sido bien cuidados por la comunidad: “Se portan bien bonito”, dice una mujer con la cabeza rapada que se protege del frío, contra la pared que rodea el cementerio. Otro chico de poncho gris morado dice que sólo ve a los gatos entrar y salir de ahí, y el despachador del hotel frente del panteón platica: “No los maltratan, les dan de comer”. Sin embargo, eso sólo en la superficie, porque sí ocurre maltrato dentro del lugar, ya que este viernes 24 de enero, activistas a favor de los derechos de los animales habían llamado a una protesta por el diálogo engañoso que las autoridades de la Ciudad de México han entablado con ellas, ya que se siguió negando la entrada al panteón para alimentar a los gatos y brindarles atención, lo que ha provocado aún más muertes. La protesta se canceló un día antes, por un trato al que se llegó con la CDMX, que no sabemos si durará. Aún con todas las dificultades, estos animales siguen sus caminos por los senderos de piedra. Bajo la protección de la baja iluminación de los arcos del panteón, entre sus rejas, sin la arquitectura hostil del siglo XXI, las personas en situación de calle son las que también encuentran refugio en ese lugar. Ellos encuentran en ese espacio histórico parte del escape que no hallarían en sus familias, comunidades y programas sociales. En EMEEQUIS se han cubierto ya los problemas con albergues y la alimentación de la capital, y las razzias que la Ciudad de México emprendió durante el gobierno de Sandra Cuevas y la administración de Claudia Sheinbaum, antes de que esta escalara a la presidencia. Más allá de la victoria electoral, un hombre se cubre del frío de los últimos días invernales. Su poncho morado le deja un sombrerito en la cabeza, como si fuera un mago: la caída de la tarde opaca su imagen a unos metros de la iglesia de San Fernando, poco antes de llegar el lunes de mitad de enero. Una inscripción en un tubo dice: “KIWI WAS HERE”, es decir, “EL KIWI ESTUVO AQUÍ”. Porque la gente y los animales habitan los espacios, cuando se les permite, hasta que los vuelven a expulsar de ahí.
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