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La caridad sexual

“¿Se puede introducir la misericordia en el terreno del placer? ¿Hasta dónde puede llegar la abnegación erótica de un buen ciudadano?”. ENRIQUE SERNA escribe sobre el sexo por compasión.

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08 DE JUNIO DE 2020
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EMEEQUIS.– Entre el sexo mercenario y la entrega voluntaria hay un tipo de favor sexual que no es del todo espontáneo, pero tampoco prostituye a quien lo concede, porque nace de un impulso generoso: el de ofrecer el cuerpo a la gente afligida por el desamor o la frustración. Desde el siglo XVIII, algunos espíritus visionarios han tratado de fomentar ese tipo de caridad. En El nuevo mundo amoroso, Charles Fourier equiparó la frustración sexual con flagelos como el hambre, la enfermedad y el trabajo forzado y se propuso erradicarla creando un modelo de sociedad más solidaria con los feos, los viejos y los minusválidos. A pesar de aborrecer los privilegios estamentales, Fourier creía que la ambición de riquezas era compatible con el socialismo: el Estado, a su juicio, debía construir una sociedad sin clases donde, gracias a la enorme prosperidad colectiva, todo el mundo tuviera acceso a los manjares más exquisitos, a la mejor educación y a los lujos de la nobleza (carruajes, joyas, palacios). Por supuesto, en los falansterios del futuro la riqueza erótica, el lujo supremo de la existencia, se repartiría con absoluta equidad y quien más placer diera al prójimo se haría acreedor a los máximos honores cívicos. 

Fourier quería reemplazar la monogamia y el adulterio, dos lacras que nacieron juntas, por una organización familiar flexible y abierta en que las parejas más deseadas de una comunidad brindaran sus cuerpos de motu proprio a quien más los necesitara. Estaría permitido tener marcadas predilecciones por un hombre o una mujer, pero no limitarse al sexo con la persona amada, una conducta egoísta y antisocial incompatible con un régimen fraternal. Fourier Llamaba “ángeles” a esos benefactores del prójimo y les asignaba una misión de primera importancia en el reparto del placer: “Dos ángeles unidos por el amor que, pudiendo concentrar la felicidad en ellos solos, se privan de su mayor gozo para entregarse por entero a la beneficencia, ¿no son los más bellos modelos de la caridad?”. Por supuesto, Fourier creía que la poligamia es el estado natural del hombre y de la mujer, una inclinación biológica que la moral judeocristiana jamás pudo vencer con sus prohibiciones. Por lo tanto, nadie tendría que hacer un gran sacrificio para satisfacer a los menesterosos en sus ratos libres. 

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No sé si Manuel Puig leyó a Fourier, pero en su novela Pubis angelical imaginó un régimen totalitario que lleva a la práctica el tipo de sociedad esbozado en El nuevo mundo amoroso, con resultados muy diferentes a los que preveía el socialista utópico francés. En ese mundo, la guapa joven W218 es una trabajadora social que debe acostarse dos veces al día con ciudadanos de avanzada edad, viudos o divorciados, a quienes el Estado otorga el derecho de tener una buena cópula cada mes. Como el viejo servicio militar, el servicio sexual dura un año y ningún joven mayor de edad puede negarse a cumplirlo. Aunque W218 no se siente prostituta, la intromisión de Estado en su intimidad la ha convertido en una especie de robot que ya no sabe actuar por cuenta propia y recibe en su computadora portátil órdenes sobre los estados de ánimo que deberá tener a lo largo del día, como en algunas novelas futuristas de Philip K. Dick. ¿Se puede introducir la misericordia en el terreno del placer? ¿Hasta dónde puede llegar la abnegación erótica de un buen ciudadano?

Ambas preguntas están vigentes, pues hoy en día la caridad sexual tiene un buen número de adeptos, por lo menos en Estados Unidos, donde ya existe un verbo para definirla: mercyfuck. Según el Urban Dictionary, el neologismo significa: “coger por compasión o por autocompasión”. Aunque la segunda acepción del verbo es muy sugestiva, la soslayo de momento para no meterme en honduras psicológicas. O bien se están cumpliendo las profecías de Fourier o la idea romántica del amor se ha debilitado tanto que muchos jóvenes de hoy hacen obras pías acostándose gratis con gente que no les gusta, por el simple gusto de ayudar a un amigo o amiga en desgracia. Ojalá cundiera su ejemplo desinteresado y noble. Han inaugurado un nuevo camino a la santidad y aunque su tarea le parezca repugnante a los conservadores, merece tanto respeto como el sacrificio de los voluntarios que salvan vidas en tiempos de guerra o pandemia. 

Si el mercyfuck se generaliza, dar lástimas ya no será una deshonra para nadie, ni hará falta amenazar con el suicidio al inalcanzable objeto de nuestro deseo: apenas vean una lagrimita, los ángeles compasivos comenzarán a encuerarse. Pero cuidado: todo avance tiene sus pros y sus contras. No me sorprendería que, a partir de ahora, millones de oportunistas recurran al chantaje sentimental para tirarse al galán o a la mujer de sus sueños. Esa orden mendicante ha existido siempre y en las actuales circunstancias es más peligrosa que nunca.

 

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