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Osiel Cárdenas, retorno al origen

Con Osiel Cárdenas Guillén todo cambió, porque se elevó la violencia de modo inaudito, y ello se relaciona, en gran medida, con la contratación de sus guardaespaldas: Los Zetas.

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CONFIDENTE EMEEQUIS

EMEEQUIS.– La historia de los Zetas, la que se refiere a su irrupción pública, inició una aburrida tarde en la Sala de Prensa de la PGR, donde un funcionario repartió un cartel de tres decenas de rostros y con el encabezado se buscan. 

Luego vendría la confirmación de que se trataba de un asunto grande, cuando el entonces secretario de la Defensa, Clemente Vega, los calificó como traidores y anunció que los buscarían sin descanso y qué él le daría seguimiento personal al asunto. 

Eran ellos, la primera generación de la que irían sobresaliendo nombres como los de Arturo Guzmán Decena y Heriberto Lazcano, el Z1 y el Z3. 

Pero como en todo, hubo un principio y ese se desató cuando se determinó enviar a un destacamento del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFES), a Matamoros, Tamaulipas, para combatir al Cártel del Golfo. 

Hicieron lo contrario, desertaron del Ejército y se pusieron al servicio de Osiel Cárdenas Guillén, quien lideraba la organización criminal luego de la captura de Juan García Abrego y de Óscar Malherbe. 

Desde los años noventa las autoridades estuvieron trabajando con el objetivo de debilitar al Cártel de Golfo. Inclusive, Eduardo “El Búho” Valle, exlíder estudiantil del 68 y fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores, recibió el encargo del procurador Jorge Carpizo, en 1993, para realizar una amplia indagatoria sobre esa red criminal. 

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Es un esfuerzo de largo aliento y con intensidades distintas. 

Pero con Cárdenas Guillén todo cambió, porque se elevó la violencia de modo, hasta ese momento inaudito, y ello se relacionó, en gran medida, con la contratación de sus guardaespaldas.  

Los Zetas le proporcionaron seguridad a Cárdenas Guillén hasta 2003, cuando lo capturaron las autoridades. Esto significó que los exsoldados empezaran a explorar otras áreas de negocios y se dieron cuenta de que no requerían de mandos ajenos. 

Tamaulipas es estratégica en el trasiego de drogas a los Estados Unidos. Sus diversos puntos fronterizos y su salida al mar la hacen muy atractiva para el comercio, el legal y el ilegal.

Desde la época de la prohibición del alcohol, se empezaron a forjar carreras de contrabandistas como Juan Nepomuceno Guerra, el tío de García Abrego, quien en los años treinta se las arregló para establecer toda una red de complicidades que se fue reproduciendo en el tiempo.  

En ese ecosistema se formó Cárdenas Guillén, en una época de plomo que daría paso a la expansión de la violencia una vez que Los Zetas apostaron por la independencia, incursionado en el delito de extorsión, lo que, con el tiempo, los convertiría en un grupo peligroso y ajeno a las reglas que habían imperado hasta entonces. 

Cárdenas Guillén fue extraditado a Estados Unidos en 2007, y lo condenaron a 25 años de prisión en 2010, los que no cumplió porque le redujeron el tiempo tras las rejas por buena conducta, y porque pactó aceptar su culpabilidad, bajo términos que tienen carácter de secreto.

Su retorno a México es para que cumpla con las cuentas que con la justicia aún tiene. En su primera comparecencia se declaró inocente.

Es interesante su caso, porque su extradición se da en un momento complejo de las relaciones entre agencias de seguridad. 

Los jefes de los cárteles no suelen ser enviados de regreso a nuestro país. Hacen acuerdos con ellos y terminan por irse diluyendo el interés público en ellos. 

Está Héctor “El Güero” Palma, quien purgó nueve años en prisiones al norte del Río Bravo y regresó para enfrentar cargos que, en su caso, parecieran interminables. 

Hay otros, en cambio, que volvieron solo para morir, como Francisco Arellano, asesinado por un sujeto disfrazado de payaso en una fiesta infantil.

A unos más los quisieran allá, como a Rafel Caro Quintero, acusado del asesinato del agente de la DEA, Enrique “El Kiki” Camarena. 

@jandradej



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