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Amores difíciles

Hannah Arendt conoció a Martin Heidegger en la Universidad de Marburgo y se enamoró de su sabiduría. El maestro también se fascinó con la joven y se hicieron amantes, aunque no la merecía... BEATRIZ RIVAS escribe sobre este amor difícil.

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15 DE FEBRERO DE 2020
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Hace 54 minutos

Y si Dios lo da,

te amaré mejor tras la muerte.

 

H. Arendt

 ¿Existen los amores fáciles?, me pregunto al escribir el título de este texto. Ya la semana pasada la querida Ana Clavel escribió sobre amores tormentosos. ¿Será porque el 14 de febrero nos ha inspirado? ¿O porque “amar” sólo se conjuga en tiempos verbales de huracanes, terremotos y tsunamis? 

Amar, por antonomasia, es complicado. A los amigos, a los hijos… mucho más a una pareja. La historia de la literatura, de la música, está llena de amores difíciles. Dicen que los intelectuales y los artistas son personas más intrincadas que el resto de los seres humanos. Tal vez por eso amar, para ellos, es todavía más arduo. Pensemos en Chopin y George Sand, Madame de Châtelet y Voltaire, Oscar Wilde y Alfred Douglas, Frida y  Diego. O en Picasso y… todas sus mujeres. Recordemos los ejemplos que Clavel nos mostró en su atinada columna.

 TE RECOMENDAMOS: AMORES TORMENTOSOS

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Hay un amor conflictivo del que quiero hablar hoy, con la excusa del día del amor que apenas ha pasado. Un día, por cierto, que debería desaparecer del calendario pues se ha convertido en una excusa para el consumismo y los regalos obligados. Además, las grandes urbes se vuelven un caos de “enamorados” saliendo a florerías, tiendas, restaurantes y moteles de paso. En fin, me estoy desviando. Decía que hoy pretendo rescatar el amor de la gran pensadora Hannah Arendt por su profesor y amante, el filósofo Martin Heidegger. 

Hannah Arendt (Hannover 1906 – Nueva York 1975) se definía como “un individuo judío de género femenino, nacida y educada en Alemania y formada, en parte, por ocho años suficientemente felices que pasé en Francia”. Desde niña era muy inteligente y amante de la erudición, con una madre que la impulsó y le dio libre acceso a todo el conocimiento posible. Eligió su carrera porque “o estudiaba filosofía o me ahogaba, porque necesitaba comprender.”  A los 14 años leía a Kant y Kierkegaard, hablaba griego y latín; escribía poesía. Admiraba a Goethe. Ningún obstáculo le impedía su tenaz búsqueda de la verdad.

Conoció a Heidegger cuando entró a estudiar a la Universidad de Marburgo y se enamoró de su sabiduría y su pasión por pensar. El maestro también se fascinó con la joven y se hicieron amantes aunque, en realidad, no se la merecía. ¿Por qué? Porque él, un hombre 16 años mayor y casado, solo la tomaba en cuenta por ser mujer e ignoró su mente crítica y reflexiva. La veía como a una novia a la que podía dejarla esperando, mientras minimizaba su obra. La buscaba cuando sentía la necesidad de llevarla a la cama, pero la desconocía como pensadora aun cuando ella obtuvo en 1929, de manera brillante, su doctorado. Heidegger prefería admirar el cuerpo de su amante, que su lucidez. Le imponía reglas precisas que ella debía seguir.

Hannah Arendt, por su parte, tenía que aguantar una humillación tras otra, intentando rescatar un poco de su dignidad. Sufría una relación igual de apasionada que de tormentosa. Adulaba al maestro y respetaba sus órdenes cuando recibía un recado que indicaba, por ejemplo: “Nos vemos en mi estudio a las 7, pero si la lámpara está encendida, ni siquiera toques la puerta”.

Heidegger estaba casado, eso ya lo dijimos, pero con una mujer que odiaba profundamente a los judíos y admiraba a Hitler.

Lo peor llegó cuando, en 1933, poco antes de que Hannah huyera a Francia para salvar su vida, Heidegger, ya como rector de la Universidad de Friburgo, tomó decisiones completamente antisemitas. Por ejemplo, a Edmund Husserl le quitó el grado de doctor emérito y prohibió la entrada de alumnos judíos a la biblioteca. Rompió su amistad con Karl Jaspers, porque estaba casado con una judía.

Como sabemos, los nazis pierden la guerra y Heidegger cae en desgracia. Todos condenan al intelectual que tomó el partido equivocado. En eso, reaparece Hannah, ya una filósofa y politóloga respetada. Vivía en Estados Unidos y había recibido muchos reconocimientos académicos de universidades prestigiadas. En ese momento, Arendt demuestra no sólo todo el amor que le había tenido a su amante, sino comprensión y tolerancia. Convence al mundo de la academia de que independientemente de las acciones del filósofo alemán, su pensamiento debe ser rescatado. Hace frente a las feroces críticas contra su antiguo amante, y aboga porque las editoriales lo publiquen en inglés. Promueve su obra, supervisa sus traducciones, negocia contratos. Se convierte en su Vertrauteste, es decir, “la amiga en la que más confío”.

Si ella proponía una filosofía moral y política que “rescatase la dignidad humana”, actúa con congruencia al rescatar (y perdonar también a nivel personal) al hombre que se había encargado de ignorarla y humillarla cuando eran amantes pero que era dueño de una mente lúcida y genial. Gracias a Arendt, la filosofía de Martin Heidegger fue difundida en el mundo entero. 

Su amor, difícil, muy difícil, pero profundo, se transformó y resistió el paso del tiempo. Hannah misma confesó: “Es el hombre al que he permanecido fiel e infiel, y siempre enamorada.”

* En caso de que quieran abundar en el tema, pueden leer Cultura y política: Hannah Arendt, Clásicos de la resistencia civil, publicado por la UAEM; mi novela, La hora sin diosas, Alfaguara o, mejor aún, cualquier de los libros escritos por H. Arendt. Sobre todo: La condición humana, Sobre la violencia, Eichmann en Jerusalén, La vida del espíritu o Los orígenes del totalitarismo.

 

@Brivaso

 

 



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