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El problema no son los aviones privados y la comida gourmet de la 4T

La debilidad y gustos por sitios y servicios exclusivos de los funcionarios que acompañan AMLO, para nada son del demonio. Las diferencias abismales entre la prédica y la práctica terminan por dar un registro que oscila entre la mentira, el engaño y el cinismo

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19 DE AGOSTO DE 2022
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¿CUÁL ES LA HISTORIA?

EMEEQUIS. Apenas esta semana se difundió el hecho de que el titular de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), Manuel Bartlett Díaz, y su pareja sentimental, Julia Abdalá, acudieron a degustar la comida gourmet de Arturo’s, un restaurante de Polanco donde el cubierto más económico es de 800 pesos y el vino menos ambicioso rebasa los mil.

Más allá de la amarga experiencia experimentada por el funcionario obradorista y su pareja ―que al parecer fueron insultados y corridos por los comensales del lugar―, la selección del lugar revela una debilidad y gusto por los sitios y servicios exclusivos.

No es el primer funcionario obradorista que es captado en un sitio semejante: la expresidenta nacional de Morena, Yeidckol Polevnsky, fue pillada en el restaurante de comida italiana Transteverre, donde los precios dejan mucho muy atrás a los de la carta de Arturo’s. A Pablo Gómez, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), se le ha visto en el Hunan, además de que tiene fama del mejor sommelier de la 4T. Y podrían citarse muchos más…

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El problema no son las preferencias culinarias ni el estilo de vida, sino el hecho de que todos estos personajes públicos forman parte de un gobierno que se ha proclamado como un paladín de la austeridad, y su oficiante mayor, el presidente Andrés Manuel López Obrador, da prédicas cotidianas contra la avaricia y lecciones morales sobre la edificante y purificante circunstancia de poseer únicamente un par de zapatos.

El sermón oficial reparte admoniciones contra “fifís”, conservadores y neoliberales por su frivolidad y debilidad ante el lujo y el privilegio.

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Frases que cada día se estrellan contra una realidad en la que sus funcionarios, ya sea del primer círculo, ya sea escaleras abajo, gritan y repiten las consignas franciscanas de su líder, al tiempo que exhiben una vida de privilegios, autos de lujo, mansiones, prendas de diseñador, aviones.

Esta semana publicamos en EMEEQUIS de la pluma de Esteban David un ramillete de historias sobre estos sibaritas que lo mismo en el más alto círculo de mando ―como es el secretario de Gobernación Adán Augusto López, por ejemplo― e incluso en los niveles más bajos de la escalera obradorista, como puede serlo, por ejemplo, un alcalde de un empobrecido municipio de Hidalgo, rentan vuelos privados para mostrar esa prenda de éxito que es pertenecer a la clase gobernante, en cualquiera de sus extremos.

En otras ocasiones, en este medio hemos documentado también las fastuosas mansiones que ya sea en México o en el extranjero, ostentan estos representantes del gobierno franciscano que padece el país.

El problema no es el acceso a esas posesiones, insisto: no es un delito. El lujo, los gustos exquisitos no son el demonio. El problema es el doble discurso.

La contradicción, la falta de congruencia entre la construcción discursiva y el ejercicio cotidiano del poder se han convertido en el sello de la administración de Andrés Manuel López Obrador.

Otro ejemplo es el combate a la corrupción, porque incluso asegura haberla liquidado, pero los expedientes sucios de la familia presidencial se multiplican: su hijo José Ramón disfruta de una mansión en Houston que se liga a un alto funcionario de Baker Hughes, receptora de contratos millonarios de Pemex; el hermano del mandatario, Pío López Obrador, es videograbado recibiendo dinero; su sobrina, la diputada Úrsula Salazar, pide “moches” en Tamaulipas; una cuñada del presidente, Concepción Falcón, es señalada por desfalco de más de 200 millones al ayuntamiento de Macuspana… La lista es aún muy larga.

Las diferencias abismales entre la prédica y la práctica terminan por dar un registro que oscila entre la mentira, el engaño y el cinismo. La falta de consistencia entre lo que se dice y lo que se hace terminan por restar solidez a la afirmación del poderoso, y amplían los márgenes no sólo de crítica, sino también de la desconfianza pública.

Porque al cierre de sexenio cualquier encuesta de popularidad será una anécdota, y el balance no se hará desde la Mañanera. Como al salir del supermercado: habrá que pagarlo todo.

 @Sandra_Romandia

@emeequis



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