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El ‘Juego del Calamar’ real: la brutal escuela de muerte del CJNG en Teuchitlán

El Rancho Izaguirre, en Jalisco, era un campo de exterminio del CJNG. Reclutaban jóvenes con engaños, los sometían a entrenamientos brutales y los obligaban a matarse entre ellos. Si fallaban, morían. Si huían, morían. Un testigo lo resume: "Era como el Juego del Calamar, pero real". Lo más escalofriante: las autoridades ya habían estado ahí, pero "no vieron nada".

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Las imágenes son escalofriantes. Fotos: Guerreros Buscadores de Jalisco.

EMEEQUIS.–Los ponían a pelear, a matarse entre ellos… Era como un Juego del Calamar, pero real. Si no pasabas las pruebas, te mataban. Si no aguantabas el entrenamiento, te mataban. Si te resistías, te mataban. Aquí no había salida, sólo muerte“.

Así relata Índira Navarro, integrante de Guerreros Buscadores de Jalisco, sobre uno de los testimonios recabados y los hallazgos en el Rancho Izaguirre, ubicado en la localidad de La Estanzuela, en el municipio de Teuchitlán, Jalisco, durante una entrevista para Azucena Uresti en Radio Fórmula.

El sitio se ha convertido en un símbolo del terror y la impunidad que azotan a México. El 5 de marzo de 2025, el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco, liderado por Indira Navarro, llegó a este lugar después de recibir una llamada anónima que alertaba sobre la posible presencia de restos humanos.


Lo que encontraron fue un infierno: un campo de adiestramiento del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), tres crematorios clandestinos y cientos de objetos que contaban historias de dolor y desaparición.

El testimonio de uno de los sobrevivientes, recogido por el colectivo, describe con crudeza el proceso de reclutamiento y adiestramiento al que eran sometidos los jóvenes: “Nos formaban en filas, nos asignaban apodos y nos decían: ‘Aquí vienen a un campo de adiestramiento. Aquí se hace lo que nosotros digamos’“, narra el joven, quien logró escapar después de semanas de tortura.

Yo escuchaba que nos asignaron, a los que no teníamos apodo, nos asignaron un apodo, porque no hay nombres, son por apodos, y empiezan a pasar lista, y yo conté un poco más de 200 en mi mente, donde estén llegando, conforme van pasando los días, nos ponen, no sé si vieron como donde está el domo de metal, ahí nos ponían una lona, y literal, ahí dormíamos, ahí dormíamos como taquitos, como cucharita, y en una cobija como para 10 personas“.

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LA PRIMERA ETAPA DE ADIESTRAMIENTO

Mira, esa primera etapa de adiestramiento, no sé si alcanzaron a ver, era hacer ejercicio, era un tipo como llantas, de pasar corriendo“, relata Indira, mientras señala hacia un montón de llantas viejas dispersas en el suelo. “O sea, si había un dolor, te mataban. No había margen para el error, no había espacio para la debilidad. Era una prueba de resistencia física y mental, diseñada para romperte“.

Su descripción se vuelve aún más cruda al hablar de los obstáculos que los reclutados tenían que superar. “Había una, como tipo de alambres de púa, pero eran como 30 centímetros de la tierra, y pecho a tierra“, explica, haciendo un gesto con las manos para ilustrar la escena. “Exactamente, pecho a tierra. Y si quedabas atrapado, o sea, te mataban. No había segundas oportunidades. Era una selección despiadada, como el juego del calamar, pero real. Algo impresionante“.

Indira toma una fotografía publicada por el periódico Reforma y la muestra a quienes la escuchan. “A la derecha está este lugar en el que dormían los reclutados“, señala. “Ahí mismo les daban el entrenamiento. Y arriba a la izquierda, está el área de entrenamiento. Ahí se alcanzan a ver las llantas, los alambres de púas. Era ahí donde comenzaba todo, la primera parte de la supervivencia“.

https://twitter.com/azucenau/status/1899111356198252568

Pero el horror no terminaba con las pruebas físicas. “Había un tipo como laberinto“, continúa Indira, su voz bajando un tono, como si el solo recuerdo la agobiara. “Te lo dejaban ver una vez, y a la segunda tenías que hacerlo con los ojos tapados. Si fallabas, ya sabías qué pasaba“. Luego, describe otra de las “pruebas”: “También había un área donde les enseñaban a tirar, pero empezaban con gomas de gotcha. Era como un entrenamiento militar, pero sin piedad, sin humanidad“.

Y entonces llega el momento más escalofriante de su relato. “Había un cuarto que le llamaban ‘la carnicería’“, dice, haciendo una pausa, como si necesitara un momento para respirar. “Ese lugar lo tenían marcado en la ropa, porque era cuando ya sabían que ahí los iban a matar. Los hacían pedazos, y luego los echaban a los hornos. Pero lo más desgarrador es que ellos mismos, los reclutados, eran obligados a construir esos hornos clandestinos. Les decían: ‘Si no lo haces, te toca a ti’. Era una cadena de terror, de complicidad forzada“.

LA SEGUNDA ETAPA, Y LA POSIBILIDAD DEL ESCAPE

Los que no pasaban esas pruebas los mataban“, dice Indira, con un tono que mezcla rabia y tristeza. “Incluso se mataban entre ellos. Era una competencia salvaje, donde solo los más fuertes —o los más desesperados— sobrevivían. Y a los que no lograban superar las pruebas, los quemaban en los hornos crematorios. Luego los enterraban, pero no como en fosas comunes, sino como en lápidas. Bueno, en realidad no eran lápidas, eran pozos. Hacían un hoyo, los quemaban y los tapaban. Literalmente, porque eran tantos que no cabían en un solo lugar“.

Hace una pausa, como si el peso de sus propias palabras la obligara a respirar hondo antes de continuar. “O sea, eran demasiados los que comenzaban en la zona. Imagínate, de doscientos reclutados, solo quedaban treinta. Treinta que pasaban al siguiente nivel. Los demás… los demás eran eliminados. Es impresionante, ¿verdad? Creo que no podemos ni siquiera asimilar la magnitud del horror“.

Indira explica que los que lograban sobrevivir a esa primera etapa de adiestramiento eran enviados a otras zonas controladas por el cártel. “Ya como prueba, los mandaban a la guerrilla en Zacatecas, Michoacán, toda esa zona“, relata. “Y si la librabas, si sobrevivías a eso, te mandaban al segundo nivel, que ya era la escuelita. Le decían el kinder, pero en realidad era un infierno. Ahí los entrenaban desertores del ejército, militares con experiencia. Y ese entrenamiento era canijo, brutal. Ahí sí salías con vida o sin vida“.

Su voz se endurece al hablar de lo que ocurría en la “escuelita”, según el testimonio. “Definitivamente, si lograbas salir con vida de ese lugar, era porque ya te mandaban a donde estaban los jefes. A la Sierra. Ahí no había comunicación, solo radios que traían los jefes. Nosotros no teníamos nada. Ya nos daban por perdidos. Ahí sí, de plano, eran los mejores elementos, los que habían pasado todos los filtros. Pero te repito, de doscientos, solo quedaban treinta“.

Indira hace una pausa larga, como si estuviera calculando el número de vidas perdidas en ese lugar. “Y hay que aclarar que esto ya llevaba más de tres años funcionando. Tres años de reclutamiento, de adiestramiento, de exterminio. Se iban unos, llegaban otros, y así seguía la máquina de muerte. Imagínate la cantidad de personas que están ahí, calcinadas, enterradas, olvidadas“.

Pero no todo era desesperanza. Indira menciona que algunos lograban escapar. “Dicen que había oportunidad de huir cuando estaban en Zacatecas, por ejemplo. Si mataban a su cabecilla, salían corriendo como podían. Pero eran los menos, los afortunados“.

Su voz se llena de frustración al hablar de la intervención de las autoridades en el rancho. “Este lugar ya había sido intervenido antes, pero las autoridades no encontraron casi nada. Dicen que el lugar era demasiado grande y que por eso dejaron de buscar. Pero nosotros llegamos y encontramos esto: hornos, restos, evidencias de lo que aquí ocurrió. ¿Cómo es posible que no lo hayan visto? ¿Cómo es posible que no hayan hecho más?“.

Imagínate la negligencia“, dice, con una voz que mezcla rabia y frustración. “Imagínate que las autoridades ya habían estado aquí, que habían revisado, que incluso metieron georradar, y no encontraron nada. Y luego llegamos nosotros, los buscadores, los que no tenemos recursos ni tecnología de punta, y fuimos quienes encontramos este horror. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que no se dieran cuenta de esto?“.

Le comentaba yo a la fiscal“, continúa, su tono cada vez más firme, más incisivo. “Le decía: ‘¿Cómo es posible que metieron georradar y no vieron esto?’. Porque aquí no solo hay restos humanos, aquí hay casquillos, cargadores de armas de alta gama. Obviamente, eso es metal, y el georradar lo detecta. El georradar también percibe cuando hay movimiento de tierra, y todo esto estaba aquí, bajo nuestros pies, esperando a ser descubierto“.

Los objetos encontrados en el rancho hablan por sí solos. Cerca de 400 zapatos, de todos los estilos y tamaños, amontonados en una habitación. “Había tenis, botas, sandalias, zapatos de vestir… cada uno representa a una persona, a una vida truncada“, dice Indira. También había maletas, mochilas, prendas de vestir, artículos de aseo personal, libretas y fotografías. “Encontramos una libreta con listas de apodos. Creemos que los criminales les asignaban sobrenombres para que, en caso de ser capturados, no pudieran dar información real sobre las víctimas“.

EL TESTIMONIO DE UN PADRE: “MI HIJO REGRESÓ DESTROZADO”

El padre de uno de los jóvenes reclutados compartió su testimonio con los medios. Su hijo, de 30 años, fue engañado con una oferta de trabajo como traductor de inglés. “Le pagaron el pasaje a Jalisco, pero al llegar, desapareció“, cuenta el hombre, cuya voz tiembla al recordar aquellos días de angustia. “Durante semanas no supe de él. Cuando reapareció, estaba destrozado, traumatizado. No quiere hablar de lo que vivió. Ahora pasa sus días en casa, en silencio, como si el mundo ya no fuera para él“.

Indira Navarro no puede contener las lágrimas al hablar de las familias que buscan a sus seres queridos. “Cada zapato, cada mochila, cada fotografía que encontramos aquí es un grito de justicia“, dice. “Pero lo más doloroso es saber que las autoridades ya habían investigado este lugar y no encontraron nada. ¿Cómo es posible que con toda la tecnología que tienen no hayan detectado esto? ¿Cómo es posible que hayan dejado pasar esto?“.

El horror del Rancho Izaguirre no es solo un reflejo de la violencia del CJNG, sino también de la negligencia y la complicidad de un sistema que parece más interesado en ocultar que en revelar. “Aquí hay cientos de historias que no han sido contadas, cientos de familias que siguen esperando respuestas“, dice Indira. “Y nosotros seguiremos buscando, porque cada vida cuenta, cada desaparecido importa“.

Mientras tanto, el padre del joven reclutado mira las imágenes del rancho en la televisión y no puede evitar sentir un nudo en la garganta. “Mi hijo logró escapar, pero muchos no tuvieron la misma suerte“, dice. “Esto no puede quedar impune. Esto no puede volver a pasar“.

La presidenta Claudia Sheinbaum se refirió al caso esta mañana y dijo: “Obviamente es terrible. ¿Qué corresponde al gabinete de seguridad… Investigar por qué no se resguardó el lugar. El gobernador está en contacto con el secretario de Seguridad y con la Fiscalía General de República por si es necesario atraer el caso”. 

Sheinbaum habló del caso en la mañanera.

@emeequis



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